"Chile... logró en 150 años de vida independiente crear ciertos valores homogéneos que casi eran compartidos por la gran mayoría del país. Valores que se inculcaban al chileno desde niño en el seno de la familia, en la escuela básica y media, en el servicio militar, en la burocracia... en la vida social. Estos valores configuraban un transfondo de pensamiento propio del pueblo chileno que cruzaba clases sociales y regiones económicas a un nivel no conocido en otros países (latinoamericanos).
"(En Chile) fue creándose una conciencia histórica compartida por el alma nacional. Desde luego todos los chilenos estaban convencidos de pertenecer a un gran país. Con una raza homogénea, una educación rigurosa y amplia, con una convivencia de tolerancia por las ideas que duraba ya unos 150 años y que, salvo muy pocas excepciones, no habia visto interrumpida la secuencia democrática de sus gobiernos. El parlamento funcionaba desde comienzos de la independencia y era uno de los más antiguos del mundo; se llegaba a posiciones de poder por la vía electoral y esto daba legitimidad a las decisiones. La educación chilena tenía prestigio; se nutrió a comienzos de la República con sabios venidos de otros países, como Andrés Bello, Sarmiento, Humboldt, Courcelle Seneuil y muchos otros... La educación normal y secundaria se benefició de educadores alemanes, franceses, ingleses y españoles. Las fuerzas armadas se estructuraron bajo orientación germana y más tarde norteamericana y la marina recibió instrucción británica. El país, en suma, fue inteligente para abrirse al exterior y recibir el avance cultural de Occidente.
"El chileno era patriota, inteligente, culto, valiente, hábil negociador, tenía sentido del humor, poseía gran habilidad para asimilar lo nuevo y sobre todo era respetuoso de la Constitución y las leyes. Respetaba las ideas religiosas ajenas. Por su conciencia cívica, los chilenos se sentían orgullosos de ser llamados los ingleses de América Latina"(1).
Esta cita es notable por múltiples razones, de las cuales vale la pena subrayar por lo menos dos: en primer lugar, es una nota necrológica. Chile fue así durante 150 años (hasta 1970). Pero ese Chile ha muerto sin remedio, y son especie extinta, como bien lo indica el tiempo pasado de los verbos que el autor usa, aquellos chilenos capaces de convivencia, tolerantes de las ideas (inclusive religiosas, como el marxismo) de los demás, respetuosos de las leyes eran tan generales como hoy su ausencia.
En seguida es más que notable asombroso, que quien hace esta evocación elegíaca del Chile que fue y ya no es más, sea uno de los principales protagonistas del proceso político que en tres años (1970-1973) acabó con todo eso. Porque Gonzalo Martner fue nada menos que Ministro de Planificación durante todo el gobierno de Salvador Allende, quien recibió como presidente el país descrito por Martner, y dejó al desaparecer, al país que hoy gobierna Pinochet.
Desde luego que más generalmente el testomonio de Martner intenta demostrar que esta tragedia no fue en absoluto culpa de Allende y de sus colaboradores, entre ellos en muy destacado lugar el mismo Martner, sino que fue causada por las resistencias "injustas" y "perversas" de otros, los opositores internos y externos al intento de convertir Chile en un país comunista a partir de un triunfo electoral precario, y dentro de limitaciones en el Poder Presidencial que no fueron concesiones graciosas de Allende, como se pretende, sino que derivaban justamente de esa tradición chilena de institucionalidad democrática pluralista y de respeto a la ley que Martner tan honesta y sincera (tan chilenamente) por otra parte reconoce. Pero, tal como ha observado Jean-Francois Revel, justamente con relación a la tragedia chilena, "un hombre de Estado digno de ese nombre no puede sorprenderse de que sus enemigos se le opongan", no puede decir: "aquellos a quienes me propuse destruir, no me apoyaron"(2). Los mismos "progresistas" europeos y norteamericanos que estigmatizaron a Rómulo Betancourt y a Carlos Andrés Pérez de 1959 en adelante porque estos social-demócratas apristas latinoamericanos no se dejaron arrastrar ni vencer políticamente o militarmente por quienes querían "fidelizar" (y "vietnamizar") a Venezuela, aplaudieron al social-demócrata aprista Allende por jugar al "castrismo" mucho más tarde, cuando había mucho menos justificación, y menos en Chile que en ninguna otra parte en América Latina, para semejante sumisión a las presiones, las consignas y la intervención activa de una aventura política comparativamente primitiva, geográficamente remota y para entonces (1970) infinitamente menos virulenta y prestigiosa, porque desdorada por más de diez años de implacable dictadura personalista y de entrega a la estrategia soviética mundial.
Salvador Allende no fue electo Presidente de Chile por una mayoría absoluta del voto popular. Recibió sólo 36,2 por cierto del voto, contra un porcentaje apenas menor (34,9 por ciento) para el candidato conservador, Jorge Alessandri, y 27,8 por ciento para el candidato demócrata-cristiano, Radomiro Tomic(10). En Chile, cuando ningún candidato obtenía la mayoría absoluta, la Constitución pautaba no una segunda vuelta de votación popular entre los dos candidatos favorecidos con las dos primeras minorías (como en Francia), sino que era el Congreso quien debía perfeccionar la elección. En 1970 los demócrata-cristianos hubieran podido, sin violar ni la letra ni el espíritu de la constitución chilena, aliarse con los congresantes para elegir Presidente a Alessandri, tal como los partidos de Chaban-Delmas prefirieron hacer Presidente a Giscard D'Estaing antes que abrir el paso a Francois Mitterand, candidato favorecido con la minoría en las elecciones presidenciales francesas de 1973. Después de todo, tanto el sistema constitucional francés como el que imperaba en Chile en 1970 tienen en común la intención de conducir dentro del mejor espíritu democrático, a soluciones de consenso, de compromiso, de transacción. Y en Chile, en 1970, un desarrollo perfeccionado de esta previsión constitucional fue propuesto por Alessandri a los demócrata-cristianos. Frei era por largo trecho el dirigente demócrata-cristiano más prestigiosa, representativo y aceptable no sólo para la mayoría de su propio partido, sino para la mayoría de los chilenos. No había podido presentarse de nuevo en 1970 como candidato porque la Constitución chilena impedía la reelección inmediata del Presidente saliente. Y Tomic había sido juzgado demasiado a la izquiersa por los conservadores, quienes además habían visto en el
izquierdismo de Tomic, no suficientemente distinto a las proposiciones teóricas de Allende, la oportunidad de lograr, con Alessandri, la primera minoría para un candidato propio, lo cual estuvo a punto de suceder.
Frustrada por muy poco esa posibilidad, y en riesgo Chile, si el Congreso prefería Allende a Alessandri, de darse un Presidente junto con quien entrarían a gobernar hombres implacables dispuestos a enterrar la democracia chilena, a pesar de haber votado por ellos apenas algo más de uno de cada tres electores. Alessandri propuso a los demócrata cristianos una transacción política perfectamente acorde con la letra de la Constitución, y de paso con el espíritu inteligente, hábil negociador, británico que Gonzalo Martner reconoce tuvieron hasta entonces sus compatriotas no alienados por el marxismo.
La proposición de Alessandri era simplemente la siguiente: si los demócrata-cristianos unían sus votos en el Congreso a los votos conservadores y lo elegían a él, Alessandri, Presidente, en el acto renunciaría, creando una situación en la cual Frei (ahora sí posible candidato en unas nuevas elecciones populares) con toda seguridad aplastaría a Allende con más del 50 por ciento de los votos.
El rechazo por los demócrata-cristianos chilenos (tras angustiosas deliberaciones) de esta fórmula, es una gravísima responsabilidad histórica, puesto que fue la última oportunidad para ellos (Allende tendría otras, las cuales a su vez desaprovechó) de evitar la tragedia que en seguida habría de desenvolverse.
(Continúa en la siguiente entrega...)
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(1)Gonzalo Martner, "Chile, mil días de una economía sitiada", Caracas, Facultad de Economía de la Universidad Central, 1975, pp. 178-179.
(2)"Faut-il se taire"?, L'Express, No. 1215, 21-27 de octubre de 1974, p. 54.
(10)Seis años antes, el demócrata-cristiano Eduardo Frei había recibido el 57 por cierto del voto popular contra el 38,5 por cierto para Allende, candidato ya en 1964 de una coalición socialista-comunista.
Tomado del libro "Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario" de Carlos Rangel
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