El primer Páez que conocí, observaba ceñudo mi paso diario entre el colegio y el trabajo de mi padre, allá arriba de su pedestal del parque Glorias Patrias de Mérida.
Intento recordar las señales recibidas durante mi vida, en relación a Páez, y siempre han sido contradictorias. Sin duda es un héroe de la Independencia, pero a nadie se le ocurriría colocarlo en las proximidades del Bolívar totémico que nos han inculcado. La televisión lo mostró como el llanero salvaje, el catire lancero junto a un negro aguerrido, peón de hacienda y militar inculto, antítesis de Bolívar en la historia y en los chistes contados por algún adulto guasón.
Páez está en los billetes de veinte bolívares; en algunos, porque en los otros está Urdaneta: cosa curiosa, los venezolanos que enfrentaron directamente a Santander, según los diseñadores de nuestro papel moneda, están valorados en veinte bolívares. ¿Tendremos algún día un verde billete de a veinte, con el retrato de Miguel Peña?
Pero, ¿qué nos queda de Páez, oficialmente presidente de Venezuela?; para consumo de historiadores, el autor de la traición a Bolívar. El primer gran gobernante caudillo popu¬lar, terrestre, engatusado por las oligarquías centrales (el primero, y no el último...), tiránico y codicioso, latifundista, etc.
Confieso no profesar especial predilección por la mitolo¬gía de principios del siglo XIX. El manoseo de cien años sobre las acciones políticas de la generación libertadora, ha transformado aquellos tiempos en asuntos más dignos de un cuento ligero que de un trabajo serio de reflexión.
Cuántos han sobrevivido intelectualmente manteniendo sesudas discusiones sobre el vuelvan caras o el vuelvan, carajo, o excusando o negando las pretensiones monárquicas de Bolívar, cuántos a lo largo de nuestros pueblos se dedican a esta altura del tiempo a discutir las bondades o maldades de Manuela Sáenz, y colocan y retiran bustos de esta señora.
A todas estas, ¿qué queda de Páez, más allá de la mitología que le ha colocado dentro del cast, en el facilón puesto de contrafigura del Bolívar ilustrado?
Páez es el símbolo indiscutible del sentido pragmático de la política venezolana. por las razones que fueran, rectas o torcidas, inmorales o patrióticas, Páez colocó las cosas en su justo sitio. Hizo despertar a quien estuviera dormido, acabó con el sutil opio de las alucinaciones bolivarianas, para hacer patentes las pobrezas ocultas tras los retóricos mensajes de reino nuevo de la supuesta América unida. No creemos que Páez destruyera un gran país, porque éste simplemente no existía: ¿acaso cien años después, el país no continuaba separado y apenas integrándose?
Ahora posiblemente a alguno se le ocurra reclamar para Páez un importante y manifiesto lugar en nuestra santería criolla. A todo evento, es preferible que Páez continúe sien¬do el héroe de nuestra Independencia, y adalid de correcta dimensión de los actos de aquella generación.
Edgar C. Otálvora, El Universal, 12 de agosto de 1990
Ver también: La ideologización durante la "Cuarta República"
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