Críticos horrorizados con La Ciudad Perdida de Andy García
Por Humberto Fontova
Traducido por Klaus Meyer
Andy García lo arruinó todo en grande con su película La Ciudad Perdida. Es decir, lo arruinó para la crítica convencional. Casi unánimemente destrozaron una película que llevó realizar 16 años. En el drama de una familia cubana de clase media que se desmembraba durante los últimos días de La Habana libre, García insistió en plasmar algunas verdades históricas sobre Cuba –una metedura de pata grotesca e imperdonable en la industria cinematográfica. Ahora está pagando el precio.
Previamente, muchos festivales de cine se negaron a proyectarla. Ahora muchos países latinoamericanos se rehúsan a hacerlo. Las ofensas de la película son muchas y variadas. La más imperdonable de todas: el Ché Guevara es presentado asesinando personas a sangre fría. ¿Cuándo antes se había escuchado tal sinsentido? ¿Y de dónde saca este creído Andy García la desvergüenza de retratar tales cosas? Este tipo obviamente no conoce su puesto.
¿Y de dónde sacó García su noción prepostera de la Cuba pre-Castro como un lugar relativamente próspero pero políticamente convulsionado, se preguntan los críticos? ¿Todos los cubanos que muestra parecen de clase media? ¿Dónde están en su película el tsunami de campesinos encorvados y hambrientos que llevaron a Fidel y al Ché a La Habana en hombros, se preguntan? ¿Dónde están todos esos trabajadores y campesinos enfermos y analfabetos de los cuales me hablaron mis profesores, Dan Rather, CNN y Oliver Stone, se preguntan los críticos?
García –este bombista cinematográfico– ha sacudido seriamente las fantasías y alucinaciones de los principales medios sobre la Cuba pre-Castro, sobre el Ché, sobre Fidel y sobre los cubanos en general. Por lo tanto, los críticos están descorazonados y desorientados. Su molestia y desprecio son vomitados crítica tras crítica.
García lo arruinó. ¡Si tan solo sus personajes hablasen con un acento como el de John Belushi representando una abeja asesina en Saturday Night Live! ¡Si tan solo se vistieran como The Three Amigos! ¡Si tan solo se comportaran como Cheech y Chong! ¡Si tan solo imitaran los manierismos y el paso de Freddie Prinze en Chico and the Man! ¡Si tan solo las mujeres usaran una canasta de frutas en la cabeza como Carmen Miranda en Camino a Río! ¡Si tan solo el reparto se viera como el hombrecito que carga mi equipaje cuando voy a Cancún! ¡O los tipos que cortan mi césped! ¡Todo el mundo sabe que así es que lucen los hispanos!
¡Si tan solo las masas de cubanos aparecieran en minas de sal como Espartaco, o cosechando como Tom Joad o siendo azotados como Kunta Kinte por un terrateniente malvado, o afanándose por vivir como Ratso Rizzo!
“En una película sobre la Revolución Cubana, casi nunca vemos a alguno de los trabajadores pobres por los cuales supuestamente se luchó”, lloriquea Peter Reiner desde The Christian Science Monitor. “En La Ciudad Perdida se ha perdido la complejidad histórica”.
Realmente lo que se ha perdido es el conocimiento histórico del señor Reiner. Andy García y el guionista Guillermo Cabrera Infante sabían muy bien que el “trabajador pobre” no tuvo ningún papel en el escenario de la Revolución Cubana mostrada en la película. La rebelión anti Batista fue liderada y protagonizada abrumadoramente por la clase media –y especialmente alta— cubana. Como muestra: en agosto de 1957 el movimiento rebelde de Castro convocó una “huelga nacional” contra la dictadura de Batista –y amenazó con disparar a los trabajadores que acudiesen a trabajar. La “huelga nacional” fue completamente ignorada.
Otra huelga fue convocada para el 9 de abril de 1958. Y de nuevo los trabajadores se burlaron estruendosa y colectivamente de sus “libertadores” reportándose a trabajar en masa.
“La historia de García lamenta la pérdida de riqueza fácil de unos pocos privilegiados”, truena Michael Atkinson desde The Village Voice. “La gente pobre está absolutamente ausente; García e Infante [sic] al parecer pensaron que las revoluciones campesinas suceden por ninguna razón en particular –o al menos por ninguna razón que al 1% acaudalado debiera importarle”.
Lo que está “totalmente ausente” es el conocimiento del señor Atkinson sobre la Cuba que García representa en su película. Su mal chiste sobre el “1% acaudalado” y especialmente su “revolución campesina” ejemplifican las idioteces cliché parloteadas por las clases habladoras respecto a Cuba.
“Las masas de cubanos empobrecidos que recibieron a Castro como un libertador aparecen solo en avances noticiosos granosos y en blanco y negro”, resopla Stephen Holden en The New York Times. “El diálogo político en la película estrictamente está a nivel de una secundaria”.
La educación de Holden sobre la Revolución Cubana es la que está a “nivel de una secundaria”. Realmente a nivel de Harvard. Muchas más imbecilidades sobre Cuba se escuchan en los salones de clase de los clubes universitarios que en cualquier secundaria rural.
“Falla en enfocarse sobre los trabajadores aquejados por la pobreza cuya difícil situación encendió las llamas de la revolución”, se queja Rex Reed in el New York Observer.
Es mejor ni siquiera intentar un discurso racional con la Sociedad de la Tierra Plana pero sin embargo trataré de despejar las fantasías sobre la Cuba pre-castrista que aún atesoran los más prestigiosos académicos estadounidenses y sus más cultos críticos fílmicos. También me mantendré alejado de los “impulsivos” y “agitadores” de Miami. En lugar de estos insufribles “revanchistas” y “fundamentalistas” utilizaré una fuente generalmente muy estimada por los intelectuales izquierdistas, las Naciones Unidas.
Este es un reporte de la UNESCO (Organización Educativa, Científica y Cultural de las Naciones Unidas) sobre Cuba alrededor de 1957: “Una característica de la estructura social cubana es su gran clase media”, comienza el informe. “Los trabajadores cubanos están más sindicalizados (proporcionalmente a su población) que los trabajadores estadounidenses. El salario promedio por una jornada de 8 horas en Cuba en 1957 es mayor que el de los trabajadores de Bélgica, Dinamarca, Francia y Alemania. Los trabajadores reciben el 66,6% del ingreso nacional bruto. En los EEUU esta cifra es de 70%, en Suiza 64%. El 44% de los cubanos están amparados por la legislación social, un porcentaje mayor que en los EEUU”.
En 1958, Cuba tenía un ingreso per cápita mayor que Austria y Japón. Los trabajadores industriales cubanos tenían el octavo mayor salario del mundo. En la década de los años cincuenta, los estibadores cubanos ganaban más por hora que sus contrapartes de Nueva Orleáns y San Francisco. Cuba estableció la jornada de ocho horas diarias en 1933, cinco años antes que los seguidores del New Deal de Franklin Delano Roosevelt se pasearan por la idea. Además: un mes de vacaciones pagadas. Las tan aclamadas (por los izquierdistas) socialdemocracias de Europa occidental no concibieron esto hasta 30 años después.
Y tomen esto Maxine Waters, Barbara Walters, Andrea Mitchel, Diane Sawyer y el resto de admiradoras feministas de Castro: Las mujeres cubanas tenían tres meses de permiso maternal pagado. Repito, esto era en los años treinta. Cuba, un país con 71% de blancos en 1957, estaba completamente integrado 30 años antes que Rosa Parks fuera bajada de aquel autobús de Birmingham y esposada. En 1958 Cuba tenía más mujeres graduadas universitarias per cápita que los EEUU.
La rebelión (no revolución) contra Batista fue protagonizada y liderada abrumadoramente por estudiantes universitarios y profesionales. Fueron prominentes los abogados desempleados (el propio Castro, por ejemplo). He aquí la composición del primer gabinete de la “revolución campesina” conformada por los líderes de la lucha contra Batista: Siete abogados, dos profesores universitarios, tres estudiantes universitarios, un médico, un ingeniero, un arquitecto, un ex alcalde y un coronel que desertó del ejército batistiano. Un notable racimo de “burgueses” como diría el mismo Ché.
En 1961, sin embargo, los trabajadores y campesinos conformaron abrumadoramente los grupos rebeldes contra Castro, especialmente las guerrillas de las montañas de Escambray. Y chico, ¡ESA rebelión si que serviría para una película llena de acción y tensión! Si por algún milagro llegara a realizarse, pueden apostar que estos cultos críticos la pondrían por los suelos también. ¿Cuándo jamás se ha oído de pobres luchando contra sus benefactores, Fidel y el Ché?
Stephen Holden del The New York Times también se burla de la implicación de García de que “la vida seguramente era muy agradable antes que Fidel Castro llegara al pueblo y lo arruinara todo”.
De hecho, señor Holden, antes de que Castro “llegara al pueblo” Cuba recibía más inmigrantes (sobretodo de Europa) como porcentaje de su población que los EEUU. Y más estadounidenses vivían en Cuba que cubanos en los EEUU. Es más, las cámaras de aire se usaban en los neumáticos de los camiones, los barriles de petróleo para guardar petróleo y los aislantes para aislamiento. No habían apreciadísimas mercancías en el mercado negro para usarse como artefactos flotadores y así abandonar una gloriosa liberación para enfrentarse a tiburones martillo y tiburones tigre.
El culto señor Holden también se molestó por las “bufas parodias de amargados apparatchiks comunistas ladrando órdenes”. Aparentemente los apparatchiks comunistas deberían representarse apropiadamente como trabajadores sociales equivocados, o como miembros de campaña de Howard Dean ligeramente fanatizados.
No es ninguna “parodia”, señor Holden, que los apparatchiks que representa García en su película encarcelaran y ejecutaran un porcentaje mayor de sus compatriotas en sus tres primeros meses en el poder que los que Hitler y sus apparatchiks encarcelaron y ejecutaron en sus tres primeros años. Proteste también que los guardias y policías que aparecen en La lista de Schinldler, Julia o El diario de Ana Frank sean representados como caricaturas trilladas. Representémoslos con más “complejidad”, como idealistas equivocados que siguieron a un líder que liberó a la clase trabajadora alemana de su servidumbre bajo presuntuosos barones, que erradicó el desempleo en Alemania y que terminó con la humillación nacional alemana a manos de los poderes imperiales de Europa.
Andy García lo muestra en forma precisa. En 1958 Cuba estaba en rebelión, no en revolución. Los cubanos esperaban un cambio político, no un cataclismo socio-económico y una catástrofe. Pero supongo que tales distinciones son demasiado “complejas” para que las comprenda un crítico de cine. Ellos prefieren clichés mentecatos. García debería haber seguido los admirables ejemplos de “complejidad histórica” y “exactitud” mostradas en previas películas sobre Cuba. Tomemos dos que estos críticos compararán (favorablemente) con La Ciudad Perdida, Havana y El Padrino II.
En Havana, el brillante director Sydney Pollack representa a Fulgencio Batista con cabello rubio y ojos azules. De hecho, Batista era negro. En El Padrino II, Francis Ford Coppola, para representar las calles de La Habana en vísperas del año nuevo de 1958 contrató a más personas de las que marcharon la semana pasada en Los Ángeles (*) y los pone en una batalla como sacada de Corazón Valiente. En realidad, las calles de La Habana estuvieron mortalmente silenciosas aquella noche.
No pretendo colocarme en la alta posición de un crítico de cine. Por eso no comento sobre las críticas dramáticas y cinematográficas hechas por estos augustos críticos. No digo, ni sugiero que La Ciudad Perdida sea mejor película que El Padrino II. Simplemente critico a los críticos en sus críticas a la exactitud histórica de La Ciudad Perdida. En estas críticas vemos –en todo su esplendor clásico— toda la estruendosa y aparentemente incurable estupidez de los principales medios en lo que concierne a Cuba.
2 de mayo, 2006
Humberto Fontova es el autor de Fidel, El Tirano Favorito de Hollywood.
Copyright © 2006 LewRockwell.com
(*) En referencia a una marcha de latinoamericanos residentes que protestaban recientes leyes inmigratorias del gobierno de los EEUU.